Desde sus orígenes, la suerte del ser humano ha estado ineludiblemente ligada a la de un recurso natural fundamental: el agua. Ya sea para consumo humano, para regadíos o para usos industriales, el agua es esencial para la existencia. El agua proporciona alimento, bienestar, equilibrio, higiene, transporte, energía y muchos otros beneficios al planeta y a sus habitantes.
Así pues, el agua es un recurso esencial que, sin embargo, a medida que ha ido evolucionado la humanidad, ha pasado de ser aparentemente inagotable y ubicuo a escaso y mal repartido. Históricamente, el agua ha sido y es motivo de preocupación para los responsables de su gestión. Su presencia o ausencia ha determinado el emplazamiento de los asentamientos humanos y provocado rencillas, disputas políticas y hasta guerras por su control. Y, más tarde, cuando la tecnología lo permitió, la construcción de obras faraónicas para almacenarla, distribuirla o tratarla.
Lejos de solucionarse, el problema del agua se ha ido agravando a medida que crecía la población mundial, suponiendo hoy uno de los mayores desafíos a los que se enfrentan las sociedades actuales. Una batalla que se libra fundamentalmente en dos ámbitos. Por un lado, a nivel ético: la concienciación sobre un consumo responsable de este preciado recurso es hoy una necesidad global. No se puede seguir derrochando agua en lugares donde aún es abundante cuando en otros su escasez provoca hambrunas y graves crisis humanitarias. En ese sentido, la responsabilidad sobre el agua no puede seguir recayendo en exclusiva sobre unos pocos gestores públicos y empresas privadas. La gestión responsable de ese bien común que es el agua ha de formar parte de una agenda global en la que todos tenemos nuestra parte de responsabilidad.
Por otro, la industria 4.0 puede y debe aportar mejores soluciones a la gestión del agua que ayuden a hacer más sostenible y eficiente el uso de este recurso. La transformación digital juega un papel decisivo en este desafío. Sin duda, muchas de las tecnologías emergentes como la inteligencia artificial, los nuevos procesos de innovación, la robótica, el Big Data o internet de las cosas abren multitud de posibilidades para una gestión más eficiente y sostenible del agua.
Sin ir más lejos, el derroche energético, uno de los grandes quebraderos de cabeza para los gestores del agua, se verá reducido significativamente en el momento en que la inteligencia artificial sea capaz de determinar con precisión en qué momentos del año, del mes o incluso del día es necesario un mayor aprovisionamiento de agua para el consumo o para el regadío, de manera que puedan ajustarse las reservas de abastecimiento disponibles a las necesidades específicas de ese calendario.
También el análisis complejo de datos se está utilizando ya para anticipar con mayor precisión las variables climáticas, la incidencia de las lluvias o la regularidad de los ciclos de fenómenos que como El Niño tienen un efecto indirecto en el uso del agua como recurso energético de emergencia. Numerosos proyectos de innovación social tienen al agua como protagonista, y están logrando ya importantes avances en este campo.
Pero no es todo es tecnología. La propia naturaleza colaborativa de la revolución digital y de los nuevos procesos de innovación entroncan muy bien con un problema de naturaleza global y que debe ser abordado con miras de alcance planetario, no meramente local. Las absurdas guerras intestinas por la “posesión” del agua deben cesar para dar paso a una concepción más generosa y conectiva de intercambio de conocimientos y ayuda mutua de la que todos salgan ganando. En la llamada “guerra del agua”, el enemigo no puede ser el vecino, sino la propia escasez; el objetivo no puede ser el control, sino la colaboración en aras de la eficiencia.
Como la misma agua, cuyo flujo interminable se ramifica y retroalimenta a lo largo de todo el planeta, su gestión sostenible y responsable ha de seguir ese mismo curso global e interconectado.