El acceso a Internet es tan importante como el acceso al agua. Escuché esta afirmación a un gran ejecutivo de una compañía líder de telecomunicaciones. En realidad, no es una sentencia acomodable a un mundo distópico o propio de la ciencia ficción. Tampoco es el futuro. Se trata del presente.
La conectividad es crucial para las cuestiones más elementales y básicas del desarrollo. La gestión del saneamiento se puede realizar gracias a la conectividad, de igual modo que en lugares remotos a los que resulta imposible que llegue un médico, la solución está en la telemedicina. En esas mismas zonas de difícil acceso, si se consigue la conexión a la red se pueden solventar multitud de carencias, empezando por las educativas. La digitalización aumenta la productividad, mayor eficiencia en los recursos logísticos o sanitarios. Tiene un impacto enorme y transversal. La gestión inteligente de los recursos evita desplazamientos y pérdidas de agua; las máquinas e instalaciones pueden controlarse a distancia y afecta directamente a la cuenta de resultados de las empresas, así como en las cuentas públicas.
El big data y la inteligencia artificial suponen un salto de gigantes; un vasto campo sembrado de oportunidades al que hay que saber sacarle provecho. Se pueden generar bases de datos enormes que permitan investigar y obtener los insights con los que extraer las oportunidades en los procesos. Son muchos los estudios que demuestran el impacto de la digitalización en la productividad. Avanzamos hacia un mundo hiperconectado donde la gestión de los datos junto con la IA está presente en nuestro día a día y nos proporciona una vida mejor: desde elegir el trayecto más corto en el coche, enviar o recibir correos, recomendaciones en las compras, la música y hasta la elección de pareja. Los datos son una herramienta increíble para los diagnósticos y tratamientos médicos, en la gestión de catástrofes naturales o medioambientales y de los grandes problemas de la humanidad. Por ejemplo, la purificación del agua de Barcelona ya no está en manos de los humanos, sino de una red neuronal que toma decisiones en base a cómo se encuentran los filtros y otros parámetros.
El poder transformador de las tecnologías exponenciales confluyentes no tiene precedentes: el big data, IA, robótica, blockchain, Internet de la Cosas (IoT), biotecnología, nanotecnología o los primeros pasos de los ordenadores cuánticos lo están cambiando todo. Las disrupciones que traen son prometedoras, pero también abren fronteras inquietantes que debemos valorar con sosiego y abrir una gran conversación en el mundo en la que participemos todos. Esa fue mi motivación al escribir “Todo comienza ahora”, un libro que, por ahora, solo se encuentra en versión digital en Amazon. En él toman la palabra eminentes científicos, tecnólogos, juristas, filósofos o futurólogos preocupados por el devenir de la humanidad. Estamos a punto de poder cambiar la especie humana. Todo va a depender de que el conocimiento y los asombrosos avances que estamos generando se destinen en beneficio del ser humano.
Es vital que comience la era de los valores, de la ética. Tenemos que repensar la economía (el modelo de negocio de los anuncios de las plataformas, la microsegmentación, las adicciones, la vigilancia y privacidad de los usuarios o la ciberseguridad) y el peligro real de una mala utilización de los datos por parte de corporaciones y regímenes autoritarios, entre otras deliberaciones de sustancial importancia. Es necesaria una gobernanza mundial, una nueva Declaración Universal de los Valores Humanos. España puede tomar la delantera. Somos un gran país. Propongo convertirnos en el centro neurálgico del debate de la ética en la cuarta revolución industrial. ¿Por qué no? Es cuestión de implicar a políticos, instituciones y a la sociedad civil porque es a toda ella a la que atañe este profundo cambio de época. El agua es imprescindible para la vida como lo es la ética en la era de la inteligencia artificial.