Si alguna cosa define las revoluciones en la industria, esta es la combinación de los cambios en las fuentes de energía con las nuevas tecnologías y el uso de nuevos procesos productivos. Así, tenemos la máquina de vapor y la producción textil en la primera, la electricidad y la fabricación en cadena en la segunda y la electrónica y la informática junto a las energías renovables y las baterías en la tercera. Ahora nos encontramos ante un nuevo ecosistema de tecnologías que nos conduce de lleno a la cuarta revolución industrial, aunque no solamente incide en el mundo empresarial, sino que tiene una clara influencia en todos los ámbitos de la sociedad y que a mí, particularmente, me gusta más llamar revolución 4.0, sustituyendo la palabra industria, para hacer más énfasis en su alcance.
Lo importante para entender dicha revolución es no pensar en ella como una mejora. Eso sería una evolución. Debemos verla como un cambio. Mientras evolucionar, en tecnología, significa hacer las cosas más rápidamente o de forma más eficiente, revolucionar significa cambiar sustancialmente la forma en la que estas se realizan y, lo más importante, descubrir nuevas oportunidades que solo son posibles gracias al avance tecnológico. Evolucionar es repetir la pregunta de siempre: tengo un problema y debo buscar la tecnología que me lo resuelva. Revolucionar es cambiar la pregunta: tengo una tecnología y voy a buscar qué puedo hacer con ella para cambiar los procesos.
Tal planteamiento nos lleva a otro concepto: la transformación digital. Y no se trata, como muchos creen, de implementar sistemas informáticos en las empresas y digitalizar sus documentos. Aunque este primer paso es imprescindible, pertenece a la tercera revolución industrial. En la cuarta, la cosa va mucho más allá, empleando toda la potencia informática y la documentación digital para transformar la forma en que se realizan los procesos en todos los niveles.
Y… ¿cuáles son las tecnologías que lo permiten? Existen muchas, aunque me atrevería a decir que en el núcleo de la transformación digital hay cuatro que merecen una mención especial: Big Data, Cloud computing (la nube), AI (Inteligencia Artificial) y, por último, IoT (Internet de las cosas).
Centrándonos en el sector del agua, queda mucho trabajo por hacer. Afirmaba la gerente de una empresa especializada en el ciclo integral del agua, en una de mis conferencias, que su empresa ya hacía tiempo que pertenecía al club de las 4.0. Al preguntar sobre el porqué de tal afirmación, me contó con orgullo la inversión realizada en la instalación de todo tipo de sensores en sus plantas y en la red de distribución y cómo, con los datos recopilados, llegaba a su nirvana particular: el mantenimiento predictivo y la detección de fugas, básicamente. Si bien tales ventajas las proporcionan los sistemas basados en tecnologías IoT, parar ahí es insuficiente. Debemos ver las soluciones de extremo a extremo, no desde una única óptica. Aquí se aplica lo de centrarse en el cliente y en el producto, más que en la empresa. No olvidemos que los consumidores actuales, en el mundo digital, empiezan a llamarse prosumidores (consumidores profesionales) por sus altas exigencias y porque vienen ya con las expectativas muy altas. La única beneficiaria en la empresa mencionada es la propia compañía, ya que las inversiones mejoran su economía. Pero ahí no vemos nada para el usuario y entrevemos poca cosa relacionada con sostenibilidad y medio ambiente.
Es indiscutible que las compañías deben implementar estos avances para mejorar sus procesos y ser más competitivas y productivas: mantenimiento predictivo, toma de decisiones en tiempo real, fugas… pero no deben olvidar a sus clientes. De hecho, las nuevas generaciones (nativas digitales) esperan mucho de ellas: desde la contratación de sus servicios hasta la facturación, pero también otras como el análisis del hábito de consumo, la sostenibilidad, las analíticas en tiempo real… y muchas más que, ahora, ni imaginamos.